En el principio era el bisonte. Y el hombre estaba con él. La vitalidad se presentaba trascendental. La belleza después surgió. El arte… ¿Qué de él, de su existencia?
E. Gombrich la niega. Principalmente la de ese Arte con A mayúscula, confeccionado por museógrafos, coleccionistas y galeros. Sólo los artistas y las obras son. Lingüísticamente es posible entenderlo como un significante sin significado. Tú y yo no recurrimos a la misma imagen cuando aparece ese fonema. En el actual cuarteto de caracteres no hay hermenéutica posible. Lo dijo antes Heidegger: “El arte es por ahora tan sólo una palabra a la que no corresponde nada real”.
Para nuestros remotos antepasados del paleolítico, sin embargo, el arte tenía una función pragmática. Representaba acción. Su estética se ve influenciada preponderantemente por una “economía sensorial”. ¿Qué es esto?: Una cierta excitación fisiológica; determinada agudeza perceptiva; la capacidad interna de religarse con los objetos y las experiencias, a través de la inmediatez de las sensaciones, evitando el proceso de racionalización que conlleva la captación de imágenes exteriores.
La belleza tiene que ver con la razón, creación de parámetros, cánones; está plagada de estatismo, es un concepto que se aprende. El vitalismo, en cambio, sufre de instantaneidad; está vinculado con las necesidades reales; se rebela contra la mortal rigidez mimética. Se desarrolla bajo una presión biológica. La vitalidad es el cuerpo mismo.
La creación prehistórica es háptica, se halla dictada por sensaciones internas más que por la percepción externa. De ahí que sea posible acentuar lo significativo; la “selección” de estos detalles esenciales es en realidad el resultado de un dictado neurológico: El alargamiento de los miembros en la imagen de los guerreros se debe a que, al correr, las piernas se sienten más largas; los enormes senos de la Venus de Willdendorf personifican a la fertilidad misma. El naturalismo en la creación artística surge por la necesidad de sustituir al objeto: Hausser cita el ejemplo de un indio sioux quien, después de observar a un investigador bocetando imágenes de su aldea, menciona: “Sé que este hombre ha metido muchos de nuestros bisontes en su libro: Yo estaba presente cuando lo hizo, y desde entonces no hemos tenido bisontes”. Este arte no está compuesto por símbolos, sino por acciones objetivas y reales. Busca ser causa. Para estos individuos lo es. No está separado de sus vidas. Es su continuación.
Para Hölderlin, “la poesía es la fundación del ser por la palabra de la boca”; algo muy similar ocurre con la imagen de algún bisonte muerto en la cueva de Altamira, el arte es la fundación del ser por el trazo de la mano. La representación provoca el acto, en este caso, la muerte. La figura es movimiento. Está al servicio de la vida.
El inicio de un juego, el delineado de una mano sobre la roca, se convertirá en forma de percepción y magia al establecerse una conexión en que signo y cosa son una misma. El dibujo es la anticipación del efecto deseado. La vitalidad consiste en la culminación del hecho. La belleza en este caso es utilitaria, debe satisfacer una economía sensorial.
Son los instintos primarios, la inocencia del cuerpo, la irrealidad del tiempo-espacio en que vivían, y la libertad ante las restricciones intelectuales, lo que permitió que el arte fuera para ellos la fuerza misma de la vida.
Consultas:Gombrich, E. (1995). La historia del arte. España: Debate.
Hausser, A. (1953). Historia social de la literatura y el arte. España: Debate.
Heidegger, M. (1937/1952). Arte y poesía. México: FCE.
Read, H. (1955). Imagen e idea. México: FCE.
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