28.5.07

Quien inicia el amanecer.

Discutiendo quién inicia el amanecer, Miss Colitis — longitudinal, altiva y delgada señorita, casi tan plana como algunas, con los bucles enroscados sobre su cintura, de ondulante tez apiñonada—, se enfrenta cuerpo a cuerpo a Doña Gastritis —viejecita forma de bule, pancita caguamera, pera dorada, entrañas texturita de pasa— sobre un ring que es mi silueta, tu pensamiento, una oración de mi madre.

Las cinco campanadas del reloj morado eléctrico de tus vellitos, inician el primer round, donde la muchacha, enroscada en el cuello de la obesa, y violando las más elementales reglas de etiqueta, sofócale con emoción enfermiza. Esta a su vez la ataca con singular enjundia rebotante, catapultándose en las cuerdas de mis horizontes, hasta sudar, secretar, transpirar.

La niña bien, fresa, acomodada, de familia y descendencia de los Colon, saca de un bolsito sus agujas macramé y, una vez pulidita la tapa, afilada como lanza, las encaja en puntos, según ella, estratégicos. La otra siente al inicio unas leves cosquillas entre las lonjas, después se le corre el rímel, se termina el aire, eructos la abochornan y un torrentito de baba comienza a parir.

Ya veterana, la señora G sabe de las debilidades de esas mujercitas: dolores lumbares, siempre usando tacones y vestidos apretados; se apropia de una silla y ¡plas! objetivo logrado: Commedia dell'arte, cuánto celo hay aquí: La chiquita boya en medio del aluvión, la carne pequeña, los labios tan tiernos, el cliché en el dedo del narrador.

Agitación es lo que inunda mi escenario; ácidos y fluidos pépticos atacan este “teatro de la teología a topes”, hasta desbordar la incomprensión de mi organismo; el movimiento amenazando la caída de una máscara colonial o una cabellera gástrica. La plétora continúa y el primero en comenzar su asfixia es el abdomen/árbitro/vendido.

Esta gorda no flota, va cayendo al fondo del abismo intestinal, no sin antes llevar con ella esa pierna popotito de su rival de males, fundiéndose y confundiéndose entre sí, sumándose a un juez atolondrado de líquido en los pulmones, tristeza corazonera, cansancio intrafamiliar.

Sus vistosos trajes de color lustre brillante se trocan arcoiris surgido de esta madrugada lloviznoza; cadáveres de luchadoras pesan como la muerte de un padre, el desdén de su esposa, el silencio de un hermano. Es aquí donde entiendo que no se trata de un sueño surreal; así comienza el día, hola mañanita mía: ¡aH! ¡Cómo chinga este dolor!

1 comment:

Anonymous said...

No mames me gustó mucho. Gracias por darnos audiencia a vuestra campaña de dolores epigástricos y lumbares-barecitos. Botellitas a medio vaciar. Luces amarillas de cigarros medíáticos. Adiós, no sé qué dije.

Oliveira.