Sobre el protagonista en “El tambor de hojalata”, de Günter Grass.
A Oscar lo amas o lo odias, no hay términos medios. Oscar es un tambor, qué importa si mide noventa y cuatro o ciento veintisiete centímetros, no es su falta de crecimiento exterior, físico, lo que interesa en esta historia. Nuestro personaje es un tambor esmaltado en blanco y rojo: una conciencia de adulto —Oscarnelo es un adulto, ¡No me vengan con la falacia de “Pobre niño inocente, el entorno le era adverso”!— conviviendo con las actitudes de un niño inmaduro que pretende vivir los placeres de la vida adulta sin aceptar sus responsabilidades. Este Peter Pan de la literatura alemana es reflejo de nuestro lado oscuro, es un hedonista puro, es un ególatra, tiene pensamientos sádicos, es fetichista, vive un doble complejo edípico, se cree un Mesías y al mismo tiempo un demonio. La dualidad es su rasgo más distintivo.
Este pensamiento dual, esta contradicción se ve reflejada de manera precisa en su admiración vacilante por sus dos grandes maestros: el mesurado poeta Goethe y el insaciable brujo Rasputín, un Apolo y un Dionisos modernos. El simbolismo en Günter Grass resulta indispensable, así podemos ver que lo mismo que ocurre en la relación de Oscar y sus mentores, se refleja a través de las nacionalidades de sus dos “presuntos padres”: Matzerath, alemán —nazi también— y Jan Bronski, polaco; y las religiones de Agnes, su madre, católica, y su padre “legítimo” que profesa el protestantismo.
El autor utiliza a lo largo de la historia la ironía, el extrañamiento, la paradoja y esto es lo que percibimos al reflexionar sobre un niño que a los tres años de edad decidió no crecer debido a su desprecio por las actitudes sociales de los adultos. Si aceptamos que el tema central de esta novela es la lucha por la supervivencia en un contexto adverso y uno de los subtemas principales la búsqueda de la identidad, podemos llegar a la conclusión de que esa hipocresía adulta de la que el niño-tambor se negó a formar parte no era sino debilidad amorosa, necesidad de mantener los lazos familiares, mecanismo de defensa del yo. En un lamento desesperado ante la inminente muerte de la “pobre mamá” de Oscar, quien está encinta —posiblemente de Jan Bronski— Matzerath Padre exclama: “¿Pero por qué no quieres a ese niño? ¡No importa de quien sea!”. En la historia los personajes no dejan de oscilar entre la enajenación y la sensatez, sin embargo se aceptan y se aman.
La identidad se encuentra a través del amor, del compromiso, las elecciones. Se llega a ella mediante la aceptación de un lugar propio en el mundo. Oscar no parece tener muchas intenciones de hacer algo al respecto (en algún momento se asoma cierto deseo de adquirir un espacio, casarse con María, ser un hombre de negocios… pero estos intentos se ven frustrados), denuncia a la sociedad, la religión, la educación, se burla de todas esas instituciones, pero, ¿hace algo por cambiarlas? Hasta los treinta años Oscar vaga entre los oficios de marmolista, modelo, músico; ronda del jazz a las canciones infantiles, de los sucios espaguetis de Klepp a las comidas de los elegantes restaurantes de estaciones y sobre todo, no ama, no se decide a amar: se divierte con relaciones casuales y por supuesto se inmiscuye en relaciones patológicas, con telefonistas que se dejan tocar de vez en cuando sin llegar a nada serio, con María, su madrastra y madre de su “presunto” hijo, y en una relación ficticia con la enfermera Dorotea, cuyo anular termina adorando (¡fetichismo!).
Oscar no ama, no tiene discípulos, no tiene hijos, no ha sembrado un árbol, no ha escrito un libro, cito lo que no ha hecho porque a lo largo de los cuarenta y seis capítulos la lista de sus aventuras y éxitos es extensa: “Nací bajo bombillas, interrumpí deliberadamente el crecimiento a los tres años, recibí un tambor, rompí vidrio con la voz, olfateé vainilla…” (Para la lista completa véase el capítulo “Treinta”, el último). A pesar de ello, los treinta años son un buen momento para comenzar a pensar en algo más que tambores y vidrios, vidrios, vidrios rotos.
Epitafio...
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Veo mi cuerpo quemado entre mis manos, puedo sentir mis huesos, desde
afuera. Por vez primera tendré que decidir qué hacer conmigo, yo y no los
demás o la ...
11 years ago
1 comment:
Ay cabron! no he leido las otras entradas que escupiste, solo lei esta del Oscar Matzerath... a de ver estado bien gruesote el mendigo libro... con los pocos detalles que me das de este wey, parece ser un buen tipo; ay me lo saludas si lo ves...
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