27.11.07

AYAR

Y hoy crees tu deber marcharte, pues el camino ya está a tus pies, no hay otra senda bajo tus ojos, la única vía se dibuja ante ti. Aún así, no logras apostar por él. No crees en la luminiscencia del “afortunado” sendero, como muchos lo llaman, pero qué es la fortuna sino una simple cadena de sucesos fortuitos. “Todo menos eso”, dices, “¿ser afortunado?, ¿tener un destino favorable?, no sin ella”. Es debido a esto que la ropa planchada a través de los años de adolescencia por esas bellas manos con las que solía tomar los libros y ensimismarse en sus lecturas mientras tú la observabas con admiración, debe entrar, toda, en estas valijas. No poder llevar contigo los labios que hacían vibrar la piel al más mínimo roce, tras un beso en el dorso de la mano, después de una caricia en la mejilla, sentados en el parque; labios que coronan la entrada a sus palabras: “¿Qué me ves?”, te decía, “¿qué me ves?”, y reía.

Las maletas no dan lugar para su lengua, no hay compartimientos para los oídos, para los ojos de tantas memorias rotas por la cobardía. Tu chaqueta o su oreja. “Mi reino por un oído”, ¿recuerdas?, y das tu vida por éste. Graciosa ironía, encontrar este tesoro, su pendiente, esa joya, su sonrisa burlona. Recordar que esa tarde algo cambió y tu boca rozando su oreja ya no era la de ese oso amenazante, el “oso, oso, apestoso”, sino el beso de un enamorado que probaba su piel, miraba el sol en sus oídos, atrapaba su aroma… para siempre.

Cobarde, de eso no cabe duda. ¿Estás seguro? Sí, es tu única certeza, cuánta tristeza, no hay para más, ni siquiera sientes ánimos de decir adiós, el amor te quema, enferma, destroza, mata. No es rosa algodón, no es rojo pasión, es negro como la ceniza, no hay luz al final del túnel, sólo fatalidad. El amor te anestesia, mírate aquí sentado, no soporto la tranquilidad de tu faz cuando por dentro las torres de tu ser se caen en pedazos. El desenfreno, un corcel que pisotea gusanos; pobre de ti que destruyes familias, del amor que surge entre el cieno nada bueno se puede esperar.

¿No entiendes cómo empezó? Nació en el barro, de la tierra que vida nos dio, cuerpos nos formo para sentir y mentes para atormentarnos. Tú no lo planeaste, ¿no? No, lo planeo tu madre desde la placenta, lo planeó el destino mientras jugabas atrapado dentro de ese líquido viscoso, al tocar la niña hermosa la epidermis de esa panza, cuando tú pataleabas con ansias por salir y conocerla. Ella preguntando por ti, tú golpeando y moviéndote, violentando el cuerpo de mamá, hasta querer desprenderte de ese lugar. No todos queremos volver al vientre de mamá, no es para todos el estado perfecto. No todos adoramos a la madre. Yo prefiero a Sandra… ¿No es así?

¿No te arrepientes?, ¿de qué?, ¿de haber huido del útero de una para correr deseoso hacia la vagina de la otra?, ¿de observar su silueta por las noches mientras ella se desata en arabescos con los ojos cerrados y la piel al descubierto? ¿Qué es lo que te pesa?, ¿haberla convertido en un objeto prohibido?, ¿sentirla tu Démeter, tu Tamar, recordar la leyenda de Ayar, contada las mil y una noches?, “mi pequeña Ayar”, dices y recuerdas. “Mi pequeña Ayar, poblemos la Tierra con nuestra semilla”.

¿Por qué no hacerlo una vez más? Dame la razón para no aceptar otra noche bajo su mismo techo, cuéntame la forma en que la sangre los hace infelices, confiesa cuánto pueden llegar a pesar unas cuantas letras compartidas, plasmadas sobre un papel lleno de sellos y firmas. “No es sólo un trozo de papel”, contestas, “no lo es”, pero simultáneamente espías la luz naranja que se asoma entre la orilla de la puerta y el limbo de la pared en su cuarto. Sonríes, ¿cómo lo haces, cuando todo es una desgracia? No te entiendo, imposible comprenderte, cómo penetrar el pensamiento propio cuando una cortina de bella indiferencia vela todo entendimiento. “No lo es”, se escucha tu eco, “mi amada, mi sangre”.

Tratas de bloquear la mente, pones cerrojo al canal de los recuerdos. Deja que fluya el agua de mi pasado, “¿para qué?”, respondes y tu mano titubea sobre la perilla. “Daniel, mi niño, suelta a Sandra”, se escapan las palabras dolorosas, “Sandrita, te he dicho tantas veces que no lo beses así, vamos a apagar tu pastel” y el aguijón te hace cerrar la puerta, “sigue danzando mi niña hermosa”, lloras sin lágrimas, “haré un pequeño espacio para guardar tu instantánea dentro de mi equipaje”.

No te arrepientes, pero te marchas. Si te quedaras, ¿valdría la pena? No hay seguridad en ello, pues con su pendiente entre tus manos, recordando atardeceres juntos, resulta imposible no desear más. No pides perdón por necesitar sus hombros suaves, adorar sus oídos redondos, encontrar sus dedos largos y delgados buscando que los tuyos los calienten. No hay mirada más dulce que la de la sangre cercana, las bancas de la ciudad colándoles el frío al cuerpo. El hogar que compartieron cuando niños, del que ahora huyes, escapar de los crepúsculos de invierno, de su cuerpo congelado, de sus dientes, como aretes de luz.

Abre los ojos antes de irte, entiende que no puedes vivir dentro de ninguna de ellas, sus matrices son sitios prohibidos para ti. Errarás como un vagabundo por las noches, buscando abrir las piernas y los corazones, los amores de mujeres que no conozcan tu sangre, y en ninguna encontrarás el delicioso perfume, contrastando la peste espantosa de tu gorro, cuánto le molestaba, pretexto ideal para dejar tu cabeza al descubierto, y con ello tus pensamientos, tus impulsos, tu hambre. Detonador del juego... tu hambre, y el gracioso movimiento de los cuerpos, tu hambre, y el juego familiar de las luchitas, sus anatomías brincando como niños en la cama: “Dame eso”, gritaba tu ira, y ella burlona: “Apestas, mi niño, amenazante, mi oso apestoso”. Y la única forma de saciar tu hambre era besar su cuello, retener tu perfume, y guardarlo, una vez más.

Por eso te vas, por eso me voy. Sabiéndote tan lejos y tan cerca Sandra, cierro los ojos y escucho una voz que dice “ábrelos antes de partir”, pero yo sólo veo tu olor dentro de mí. Tu dulzura recostada como un bombón de azúcar está aquí, déjame tocarla por última vez, debe haber un recoveco para esconder en mi maleta una docena de tus cabellos, algunas células de tu piel. Dame una mirada por último recuerdo, dame una mirada por último recuerdo, sí, pero no me digas que no me vaya, no pidas que me quede, no me entregues esas palabras a mí… No hay ya más salida que acallarlas.

Y vuelve la imagen, regresan las velas, “Sandrita, sopla las velas”, y los rostros infantiles, sólo sueñan con betún y caramelos, sin pensamientos sobre la sangre, no hay complicaciones para ese amor, las leyendas sobre hermanos y hermanas multiplicando sus cuerpos sobre la faz de la tierra, eso son, simples cuentos. No hay complicaciones para el amor, y recuerdas con entusiasmo: “No olvides pedir un deseo, hermanita”, pero la inocencia ya no vuelve. Y escuchas tus labios mudos:"Lo único que resta es disfrutar mis memorias, cada una, junto a ti, pero será a lo lejos, pues contrario a mis deseos, no debo aferrarme a ellas. Para el mundo seré un vil, errante, degenerado. La inocencia ya no vuelve. Para ti… una vergüenza… Mi amada, mi sangre, mi hermana querida".

3 comments:

Anonymous said...

Estuvo muy bueno el vídeo..realmente.. Felicidades!

mAgA LaLaLa said...

Gracias!

Anonymous said...

Dile al creador del poster que en la barra de texto de photoshop existe una opcion llamada "anti-aliasing".