8.10.08

La hogarótica y las estrategias del erotismo

Comentario a El eros electrónico, de Román Gubern (para entenderlo con mayor claridad, primero leer la entrada anterior).

En el desarrollo actual de nuestra vida cotidiana, rituales como el potlach resultan imposibles y son contrarios a la hogarótica que es de carácter caustrofílico y blindado. Esto ocurre en las sociedades de la privacidad que viven “bajo la angustia provocada por la amenaza de la intromisión humana o tecnológica”, sociedades que, aunque pudieran parecer distópicas no son nada lejanas a la Tijuana contemporánea, en la que se reciben correos electrónicos en cadena para prevenir a los contactos, recomendándoles ser discretos, ser miedosos y encerrarse en casa ante la notable violencia. Nada más lejano a las islas Tobriand y a Malinowski. En nuestra ciudad si tienes una Cheyenne habrás de cuidarte de los secuestradores y si no la tienes y ves que alguien la posee, habrás de cuidarte de él, que posiblemente sea narcotraficante, secuestrador o delincuente, pues son finalmente los únicos que se pueden dar el lujo de ser ostentosos. Curiosamente, esta semana en las noticias anunciaban el alza en la venta de autos compactos y la baja en sus contrarios.

Ahora, la agorafobia pública de la que habla Gubern, difícilmente puede ser anulada por una claustrofilia, en sociedades en las que la diferencia entre la “selva” y el “fortín” son mínimas, pues ese “lujoso fortín”, que se menciona existe únicamente para algunos cuantos “burgueses” o “aristócratas” que cuentan con los recursos necesarios para equiparse con todos los electrodomésticos necesarios y los aparatos quema-calorías. De la explicación dicotómica de Gubern, yo agregaría que la agorafobia y la claustrofilia no necesariamente se oponen, sino que creo posible una convivencia entre una agorafobia y una claustrofobia, es decir, un pánico a ambos espacios, un desencanto en el que mientras se encuentra en un espacio se desea estar en el otro y viceversa, hasta darse cuenta de la falta de control que se ejerce sobre estos.

Nuestro control territorial es entonces mínimo, casi imposible, cuando las construcciones, los paralelepípedos de 4 por 10 en los que no enclaustramos, no ofrecen la menor libertad deseada y, al igual que el fin de semana en el campo o el mar, el espacio virtual de Internet funciona como una compensación, si no psicosomática, sí mental, en la que, si no puedo ordenar mi habitación de la forma en que deseo, debido a sus dimensiones y características físicas, sí puedo organizar mi vida en la red a mi gusto, ya sea en un MySpace, blog o inclusive en alternativas mucho más complejas como Second Life. Así, en mi opinión, Internet, la red y la computadora, no forman parte del hogar, del claustro. A pesar estar geográficamente inserto dentro de éste, se trata de un tiempo-espacio singular y separado de lo que lo rodea, con reglas distintas, tanto en la formación de comunidades como en la forma en que se llevan a cabo los contactos emocionales.

Una de las posibilidades más atractivas que ofrece este espacio es el de la mirada, la cual ha fascinado a través del tiempo, por el poder que ésta implica. “Los ojos son la ventana del alma” y mirando podemos descubrir verdades o mentiras, ejercer el poder, acosar o simplemente llenarnos de deleite visual sin necesidad de buscar una mirada recíproca o tener que preocuparnos de ella, según sea el caso. Mirar sin ser mirados, fisgonear sin ser castigados como Noé lo hizo con Cam al ser descubierto desnudo por su hijo. La red es el espacio idóneo de desarrollo para la “sociedad del espectáculo” (G. Debord), el tianguis de la mirada colectiva, un mercado lleno de sujetos y objetos de deseo diversos y personalizados al alcance de cualquiera que se pueda conectar.

La mirada pornográfica es la que busca saber: ¿Qué sigue después del beso y de la palabra fin?, ¿en qué consiste el “y fueron felices para siempre”? Es aquella que desea reconocerse en el rostro el orgasmo y probar el sabor de la muerte, pero desde lejos. No me mires mientras lloro. No me mires mientras tengo un orgasmo. La mirada es morbo. En el eros electrónico la otredad es vulnerable. El cristal de la pantalla en el ordenador protege al yo.

1 comment:

P a p a s q u i a r o said...

muy buenas entradas, sobre todo estas últimas. a ver si un día de estos mea cerco al tal gubern. suena interesante. me gustaron las descripciones sobre la agorafobia y la claustrofilia. aunque sólo sufro la primera (creo), sí veo esa doble cara o temor que mencionas.
"todos quieren ir al cielo, pero nadie quiere morirse"

p.s. ya sabes que tenemos nobel francés otra vez. quién es Le Clézio??? ooops!!!