8.10.08

La red emocional

El eros, las pulsiones del amor, el contacto entre los seres humanos se ha transformado a partir de la aparición de una nueva forma de interacción: la comunicación mediada por computadora. En “El eros electrónico”, específicamente en “La red emocional”, Román Gubern inicia ofreciendo una pequeña retrospección hacia los orígenes militares de Arpanet, el cual más tarde se transformaría en Internet, la famosa “red de redes”.

La aportación del análisis de este autor consiste en la reflexión que provoca en el lector respecto a los innumerables cambios que este nuevo medio ha producido en nuestra percepción del mundo; cambios que han surgido a una gran velocidad, pues la rapidez en la incorporación de este medio a nuestra vida cotidiana y las horas que le dedicamos son sorprendentes si los comparamos con el tiempo que tomaron la radio y la televisión, por ejemplo.

Para empezar a enlistar las modificaciones que Internet ha hecho a nuestras percepciones, podemos mencionar que paradójicamente un medio (Arpanet, ahora Internet) que inició con el fin de proteger información científico-militar, se ha convertido en un nuevo espacio de guerra, el cual, a la llegada de los hackers, se ha vuelto vulnerable y no logra el resguardo que ofrecían anteriormente los castillos y las torres. Con esta afirmación podemos identificar el primer punto que cambia en nuestra percepción: el poder.

Ligado a esto, nuestra concepción de las distancias y los espacios ya no es la tradicional, de jerarquías y fronteras bien delimitadas, sino que nos encontramos ante una geografía constantemente cambiante y caótica, cuyo principal rasgo es el desorden. Ya no hay una torre que se erija al centro ni un faro que nos indique su ubicación, de ahí que actualmente enseñar, signifique principalmente “enseñar criterios de discriminación”.

Ahora, no todos los puntos en la red son iguales ni todas las distancias hacia el medio son las mismas, por ello ni siquiera el empecinado maquillaje de quienes predican la democracia de Internet logra esconder la diferencia entre el acceso desde el centro y la periferia (en sus conceptos tradicionales). En nuestro navegar por esta “biblioteca desordenada” (U. Eco), mientras los inforricos tendrán la oportunidad de entrada a las ocultas y complejas bases de datos con artículos arbitrados e información legitimada, los infopobres deberán quedarse en la superficie de nuestra ya cotidiana Wikipedia.

Tan importante es el impacto que ha tenido la aparición de la red en nuestra percepción, que inclusive ha permitido que recibamos información que sin su existencia jamás habría llegado hasta nosotros, un ejemplo de ello es el caso Clinton-Lewinsky, que se dio a conocer gracias a Internet, a pesar de que los diarios habían decidido no publicar información al respecto y actualmente la adicción a este medio se ha vuelto alarmante, esto lo he percibido personalmente, ya que al estar realizando mi servicio social en una institución de gobierno, me he topado con que las pláticas sobre adicciones que se imparten a los jóvenes ya no son sobre adicción a drogas, sino a Internet y pornografía en la red.

La situación de los hackers resulta interesante debido a la forma en que ilustran cómo la introducción de una tecnología provoca un cambio en las prácticas culturales cotidianas de los seres humanos -en lugar de salir a trabajar, se labora desde casa; en algunos restaurantes se puede solicitar comida por Internet (Merlot, por ejemplo), se conversa por Messenger y cámara Web en lugar de salir con los amigos, etc.- y, dada la importancia de la cultura, ésta logra a su vez modificaciones biológicas, produciendo sujetos pálidos, obesos y asexuados.

Los canales de comunicación sufren importantes pérdidas pues, en la mayoría de los casos, resulta imposible percibir los lenguajes no verbales del cuerpo, estudiados por la kinésica, prosódica y proxemia que, como sabemos, son tanto o más importantes que aquello que podemos estar escuchando de boca de nuestro interlocutor. A cambio de esta merma, Internet nos ofrece un nuevo repertorio semiótico -que incluye a los emoticons- el cual, sin embargo, muchas veces es no fiable o muy difícil de comprender entre los iniciados en este medio, mucho más si agregamos a esto la diversidad de subculturas y, por tanto, sublenguajes, existentes en la red.

En un segundo apartado de este mismo capítulo, Gubern hace una focalización del tema en las relaciones interpersonales eróticas y afectivas. Aquí, a pesar de la confirmación de la pérdida de información comunicativa, el autor ofrece las ventajas del uso de la red para la comunicación sentimental -entre las que se encuentra principalmente el anonimato, que permite a las personas tímidas o solitarias desinhibirse, o la liberación de energías reprimidas y la satisfacción de fantasías sexuales-, las cuales si se analizan con detenimiento no son muchas, pues se pueden convertir a sí mismas en inconvenientes como la posibilidad de llegar a idealizar al otro, estar recibiendo una imagen falsa y que ya ha sido idealizada por el emisor -como el cambio de género-, la falta de coincidencia en las expectativas y deseos de una y otra parte de la relación, el aumento en el sentimiento de soledad al final de cada experiencia o el devastador abuso en la transmisión de virus informáticos, valiéndose del gran atractivo que conllevan el sexo y las fantasías eróticas ofrecidas en la red.

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